El miedo de Pinzas

El miedo de Pinzas



Pinzas había escuchado mil veces aquella historia, pero algo en ella lo atraía como si de un inmenso imán se tratara. La voz de su tío sonaba rígida y segura, y parecía venir de otro espacio cuando profería:

—No puedes tener miedo. ¡Te lo prohíbo!

Un temor hondo embargaba al pequeño cangrejo. Nadie como él sabía lo que era el miedo y por eso, cada vez que oía aquella frase, no podía no sentirla propia. Se sentía aturdido y señalado. Su tío no podía ni imaginar lo que era ser él; sentir ese miedo absurdo por el agua. ¿Desde cuándo un cangrejo podía temerle al agua?

Una tarde, su tío le preguntó:

—Pinzas, ¿quieres escuchar nuevamente la historia?

—Sí, tiíto, por fi..

—Está bien, te la contaré; pero antes, tienes que hacer algo por mí.

—Sí, lo que sea tío.

—¿Ves esa piedrecilla roja que está ahí?— La puntiaguda pinza de su tío señaló el horizonte: un puntito rojizo que era apuñalado por el sol mientras intentaba aferrarse a una inmensa roca gris. Cuando alcanzó a distinguirla, una ola gigante lo ocultó bajo su abrazo.

—No puedes pedirme eso, tío, ¡me ahogaré! —sollozó débilmente.

—Pero ¡qué bobadas dices! ¿Cómo vas a ahogarte? ¡Eres un cangrejo! Nacimos para el agua, no podemos ahogarnos.

—No sé, seré de una naturaleza distinta, pero yo no nací para eso… No me siento a gusto, ni siquiera sé nadar… a lo mejor..

—¡Nada de a lo mejor! —profirió su tío, con esa intensa voz. —Irás hasta allí y traerás esa piedra. Tienes que quitarte ese absurdo miedo porque, de lo contrario, cuando necesites nadar para salvarte de algún depredador no podrás hacerlo y… ¿quieres terminar así? — Pinzas pudo verse siendo devorado por un enorme monstruo y supo que era hora de cambiar.

—Está bien, iré —Acaba de decirlo y ya se arrepentía.

Hundió una patita, después la otra y una ola lo llevó a lo profundo. Sintió que se ahogaba, que no podría sobrevivir y entonces la voz de su tío resonó en su interior y movió bruscamente los bracitos, y alcanzó a flotar. El agua estaba fría, pero era agradable ser mecido por las olas. Llegó hasta la enorme roca y cogió la piedrecilla. Cuando regresó, su tío estaba allí, esperándolo. En su mirada brillaba una chispa de orgullo. Pinzas lo abrazó y él le dijo —¡Ve, tú puedes!

Entonces, Pinzas se zambulló en el agua y se dejó llevar, como guiado por un sueño.

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